¿Por qué buscamos alimentos que nos hagan sudar y llorar? La respuesta no está sólo en las papilas gustativas sino en una compleja interacción de factores químicos, biológicos y culturales.
El picante de la comida picante proviene de la capsaicina, un irritante que se encuentra en los chiles. Actúa directamente sobre los receptores nerviosos llamados TRPV1, que son responsables de detectar estímulos dañinos como temperaturas extremas y daño tisular. Esta activación desencadena los mecanismos de defensa naturales de nuestro cuerpo (piense en sudoración, lágrimas e incluso secreción nasal) como si estuviera tratando de expulsar la sustancia ofensiva. Entonces, ¿por qué nos infligimos voluntariamente esta sensación?
Liam Browne, profesor asociado especializado en percepción sensorial en la UCL, explica que la capsaicina efectivamente coloca a nuestros cuerpos en un escenario de “alarma de incendio” en miniatura. Nuestros cerebros aprenden a través de la exposición repetida que, si bien la señal inicial es alarmante, en última instancia es inofensiva y controlable. Este cambio en la percepción de una amenaza a una estimulación manejable puede hacer que la experiencia sea tolerable e incluso placentera.
Piense en ello como entrenar para un maratón o soportar una ducha fría. La incomodidad inicial se desvanece a medida que nuestros cuerpos se adaptan, dejando atrás una sensación de logro y, a veces, incluso un resplandor placentero. Pueden ocurrir cambios neuroquímicos similares con la comida picante, liberando endorfinas que contrarrestan la sensación de dolor inicial.
Pero hay más en esto que la desensibilización. La exposición a la capsaicina también cambia la forma en que nuestro cerebro interpreta las señales futuras. A medida que aprendemos a asociar las especias con la seguridad, su significado pasa de alarmante a placentero. Esta “reevaluación” del dolor influye en el disfrute de actividades como ver películas de terror o montar en montañas rusas: un masoquismo esencialmente benigno en el que el malestar controlado se vuelve emocionante.
Nuestra composición genética también influye en nuestra tolerancia a los alimentos picantes. Las variaciones en el gen TRPV1 afectan la facilidad con la que se activa y desensibiliza, lo que significa que algunas personas encuentran naturalmente las especias más tolerables que otras. Esta variabilidad añade otra capa a la compleja relación que tienen los humanos con los alimentos calientes.
¡Y no nos olvidemos de la cultura! Los chiles se cultivaron hace miles de años en México y Centroamérica, lo que sugiere una larga historia de disfrute intencional de su picante. Hoy en día, el mercado mundial de salsa picante está en auge, lo que pone de relieve el atractivo duradero de los sabores picantes en todas las sociedades.
Entonces, la próxima vez que pruebes un plato picante con una pizca extra de chile en hojuelas, recuerda: es más que una simple sensación de sabor. Es un testimonio de la notable capacidad de nuestro cerebro para transformar el malestar en placer y adaptarse a estímulos aparentemente adversos.
